viernes, 25 de octubre de 2013

Primavera en Génova y un viaje en Crucero

 
Publicado en el periódico "El Occidental"
el 9 de julio de 2013.

Wolfgang Vogt

En Alemania apenas estaba empezando la primavera a finales de abril cuando nos subimos a un tren con rumbo a Suiza, donde tuvimos que tomar otro a Italia. Este año el invierno se alargó casi hasta mediados de abril. Todavía el 31 de marzo, domingo de pascua, una capa de nieve blanca había sorprendido a la gente que ya estaba esperando temperaturas agradables. En los periódicos se pudo leer que durante los últimos 25 años Alemania no había conocido un invierno tan crudo y largo.

El 20 de abril fue un día lluvioso, pero como en los días anteriores ya había hecho un poco de calor, ahora con la humedad crecen las flores y brotan de los árboles hojas verdes. Estamos confiados que cruzando los Alpes nos esperará el sol en Italia, pero nos equivocamos. La niebla y las lluvias siguen y cuando nos alojamos en nuestro hotel de Génova, la temperatura es de 15 grados. Tenemos toda la noche para pasearnos por el Centro Histórico de la ciudad, donde nos perdemos en innumerables callejuelas tortuosas. Desde el puerto, la ciudad se trepa por cerros a veces bastante empinados. En las grandes avenidas las tiendas apenas están cerrando. Caminamos debajo de grandes arcos que nos protegen de la lluvia. Cuando llegamos a la catedral de San Lorenzo, ya no llueve. Las plazas y calles están llenas de jóvenes que quieren divertirse el viernes por la noche. Es difícil encontrar un lugar libre en las terrazas de los cafés. A nadie le molesta el aire fresco. Todo mundo festeja el inicio de la primavera, que permite estar al aire libre.

En una de las terrazas encontramos una mesa desocupada. Cuando terminamos de cenar empieza a chispear y nos regresamos a nuestro hotel en la Piazza Giussepe Verdi. Se trata de un edificio de Art Nouveau construido alrededor de 1900 y completamente restaurado. Nuestro cuarto tiene techos altos con decoraciones de yeso y un gran baño con jacuzzi. En la mañana siguiente nos levantamos temprano para explorar la ciudad de día. Ya conocemos el camino a la catedral que ahora está abierta. Nos llama la atención su fachada de estilo renacentista italiano. Al interio r del templo hay bastante gente que venera las reliquias ubicadas en las capillas laterales. Admiramos la belleza extraordinaria de una de ellas que es de estilo barroco. De repente se apaga la iluminación y ya no se ve nada hasta que una turista introduce una moneda en un aparato. De nuevo podemos ver las maravillas del altar. Visitamos otras iglesias y varios palacios. Subimos a un puente que atraviesa la avenida principal. De repente nos encontramos en un barrio alto, desde el cual se tiene una bonita vista sobre la parte baja de la ciudad. Más tarde llegamos a un barrio antiguo con calles muy estrechas, en cuya orilla se encuentra una casita modesta y medio destartalada. Una gran placa anuncia que allí nació Cristóbal Colón.

A las doce regresamos al hotel para entregar nuestro cuarto. Tomamos un tren a Savona, un pequeño puerto a una hora de distancia de Génova, donde nos espera nuestro crucero. Antes de llegar a esta ciudad pasamos por varios balnearios pintorescos, en cuyas playas aún no se ven turistas. Pero la gente ya se pasea por el malecón o trata de calentarse en las terrazas de los cafés, porque de vez en cuando las nubes dejan escapar unos rayos de sol. Desde la estación de Savona tenemos una bonita vista sobre la ciudad y su fortaleza marítima que está al lado del puerto. Allí vemos dos grandes cruceros, de los cuales uno, Costa Pacífica, es nuestro barco. Esperamos una hora para entregar nuestro equipaje y recibir nuestra tarjeta llave de la cabina ubicada en la proa en el primer nivel. Debajo de nosotros están las habitaciones del personal y las bodegas.

Nuestro camarote tiene dos ventanas redondas. Los vidrios están mojados por fuera con el agua del mar. Como estamos en la proa podemos ver cómo el barco al avanzar divide las olas del mar. La cabina es muy amplia y cómoda. Nos encanta la vista de las olas del mar al nivel de nuestras ventanas. Cuando hay tormenta las olas golpean fuertemente en las ventanas y oscurecen el camarote por unos segundos.

Asistimos a una reunión de bienvenida en uno de los teatros del crucero. Allí nos dan los datos técnicos del barco que tiene 13 pisos y aloja a tres mil turistas que son atendidos por mil 200 empleados de cuarenta países. Casi todos son jóvenes que trabajan temporalmente en estos cruceros con la finalidad de conocer el mundo y después de seis meses regresan a sus países. El crucero es como una pequeña ciudad llena de tiendas, bares, restaurantes, salas de reuniones, etcétera. El casino es enorme, ocupa medio piso, pero generalmente está vacío. A los europeos por lo general no les atraen los juegos de azar. Cada pasajero lleva una tarjeta de la compañía que le sirve de identificación y de llave del camarote. En los negocios del barco no se aceptan tarjetas de crédito ni dinero en efectivo. Todo se paga con la tarjeta de Costa y de allí se cargan los gastos a la de crédito, lo mismo se hace con el servicio de Internet. Junto al mostrador hay una computadora en la cual se pueden solicitar periódicos de cualquier país del mundo y después de pagarlo se imprime.

El crucero es como un hotel todo incluido, pero las bebidas hay que pagarlas aparte. Una copa de vino blanco o un vaso de cerveza cuestan cinco euros; medio litro de agua mineral, tres. En Génova no se paga más de tres euros por la cerveza; sólo el café, té o jugo del desayuno o comida no tienen cargo si es de autoservicio.

Para la cena tenemos un boleto de reservación. A las ocho y media de la noche nos asignan nuestra mesa en un restaurante elegante que compartimos con una familia alemana. La cena es de seis tiempos y casi siempre se puede escoger entre varios platillos. Gopi, un joven mesero de la India nos sirve la comida y un muchacho filipino las bebidas. Nuestro crucero ya está en altamar y se ha alejado bastante de la costa italiana para acercarse a las islas baleares. Mañana llegaremos a Barcelona. Desde mi cabina observo las olas oscuras del mar que a veces se rompen en el casco del barco. En medio de una gran tranquilidad nos dormimos todos.

Continuará...

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