martes, 22 de octubre de 2013

El monasterio benedictino de Wiblingen


 

Publicado en el periódico "El Occidental"
el 13 de Febrero de 2013.
 
Celina Vázquez y Wolfgang Vogt

Al principio de la Edad Media cristianizaron el norte de Europa frailes de Irlanda, Inglaterra e Italia. Entre ellos destacaron San Patricio, patrono de Irlanda, y San Bonifacio. Otros monjes llegaron desde Italia, donde se había fundado la rica y poderosa Orden Benedictina. Umberto Eco describe en su novela "El nombre de la rosa", la vida en un convento benedictino del norte de Italia, cuyo abad estaba orgulloso de su poder mundano y de la enorme riqueza de su convento. Los monjes solían ser dueños de extensas propiedades agrícolas, y los campesinos que cultivaban estas tierras eran sus siervos. La riqueza de un convento se manifestaba en sus grandes y lujosos edificios, entre los cuales llamaban la atención el templo y la biblioteca. La fastuosidad del estilo de vida benedictino contrasta con la vida sencilla de los franciscanos, cuyo ideal es vivir en la pobreza.

A principios de la Edad Media llega San Gallus al norte de los Alpes y funda un convento alrededor del cual se va construyendo la nueva ciudad de San Gallen; desde allí se cristianizaba el sur de Alemania, donde se fundaron muchos otros conventos en los pueblos convertidos. Estos edificios se reconstruyeron en los siglos XVII y XVIII utilizando el estilo barroco que caracteriza a las iglesias y los conventos de la Suiza alemana, de Austria y del sur de Alemania. El barroco de la iglesia y biblioteca de San Gallen atrae turistas de todas partes, mientras otros conventos no menos bellos del sur de Alemania son poco conocidos.

Gracias a la recomendación de nuestra amiga Laura Gutiérrez descubrimos el convento barroco de Wiblingen, que está a poca distancia de Ulm, una ciudad muy bien comunicada. Frente a la estación de trenes hay paradas de autobuses y allí esperamos un camión de la línea 3 que nos llevó a Wiblingen. Salimos de la ciudad y después de un trayecto de 15 minutos vimos la enorme cúpula de la iglesia del convento. Cruzamos un parque cubierto de nieve y entramos al enorme atrio del convento. Atravesándolo llegamos al templo, en cuyas alas laterales antes habían vivido los frailes benedictinos. La riqueza del convento benedictino se refleja en el lujo de los edificios y la gran extensión de su territorio; hoy día el convento alberga una clínica de la Universidad de Ulm y una residencia de ancianos. Los edificios del convento están rodeados de grandes parques que se extienden hasta la orilla del Danubio. Entramos a la iglesia cuya cúpula altísima ya habíamos observado desde lejos. Admiramos las altas paredes con sus llamativas decoraciones barrocas, nos fijamos en las numerosas esculturas de santos talladas en mármol blanco, y en las pinturas de las bóvedas. La cúpula alta en el centro de la iglesia atraía nuestra atención. Pasamos por los altares laterales y en uno de ellos descubrimos una placa que señala la presencia de una reliquia con astillas de la santa cruz. En una custodia dentro del altar se resguarda una cruz doble, en cuyo interior, detrás de pequeños vidrios, se veían minúsculas partículas de la cruz de Cristo. Se trata de la reliquia más importante del sur de Alemania, que durante siglos convocó a numerosos peregrinos. Según los documentos históricos fue Santa Elena, la madre del emperador Constantino, quien rescató la cruz de Cristo en Jerusalén. Siglos más tarde un papa mandó astillas de esta cruz al convento de Wiblingen. En el año 1680, cuando los restos mortales de cuatro mártires de las catacumbas de Roma arribaron en una procesión suntuosa a Wiblingen, la importancia de este convento llegó a su punto culminante. Ningún convento de la región tuvo tantas reliquias importantes como Wiblingen. Entre más reliquias hubiera, más prestigio, riqueza y poder político tenían los abades y sus conventos. En todo el mundo cristiano, y también en la Nueva España, las reliquias fueron de enorme importancia para la vida religiosa. En la Guadalajara del siglo XVII, Fray Antonio Tello menciona en su crónica una pequeña lista de reliquias que se encontraban en su convento franciscano. Menciona huesitos de santos, pero no puede competir con cuatro cuerpos completos de los mártires de Roma, como los monjes de Wiblingen.

Un convento con reliquias tan importantes y con extensas propiedades agrícolas se merecía edificios más grandes y ostentosos. Había dinero en abundancia gracias a la labor de 3350 siervos que vivían en 35 ranchos. Así se empezó a construir un convento nuevo en 1714. El estilo barroco que estaba entonces de moda, impresionaba por su suntuosidad. Los abades gastaban el dinero a manos llenas porque no veían la necesidad de ahorrar. El lujo de los católicos de Wiblingen contrastaba con el estilo de vida austero de los protestantes que vivían en Ulm a menos de 20 kilómetros, y poseían una de las catedrales góticas más importantes de Alemania. La torre de esta catedral es más alta que la de Colonia.

Los abades de Wiblingen querían impresionar a sus vecinos evangélicos con su opulencia. Se sentían mecenas de las artes y ciencias, y la parte más importante de los conventos desde la Edad Media eran las bibliotecas. Antes del siglo XV, cuando aún no se había inventado la imprenta, se copiaban a mano los libros en las bibliotecas y los rollos manuscritos se guardaban en cajones. Después se colocaban los libros impresos en libreros ubicados junto a las paredes. Las bibliotecas, después de las iglesias, han sido los lugares más valiosos y bonitos de un convento. La más bellas del norte de Europa es la de San Gallen, pero cuando entramos a la de Wiblingen nos damos cuenta que no es menos hermosa que la del convento suizo.

Se trata de un gran salón barroco; en su bóveda alta hay una gran pintura con diversas escenas religiosas y debajo de ella una galería a la cual sólo se tiene acceso por una escalera secreta, oculta detrás de una pared de libreros. Nos fijamos primero en la bóveda ovalada, igual que las paredes de la biblioteca llenas de libros. En un extremo vemos a Eva comiendo la manzana prohibida, y en el otro, frailes benedictinos predicando. Se trata de la obra de un pintor de 25 años quien hizo muchas pinturas en su vida, pero nunca logró convertirse en un artista realmente famoso. Observamos los libros, en cuyos lomos leemos títulos en latín y alemán. Todos son de tema religioso. Abundan las historias de la Iglesia, los comentarios bíblicos y los libros de oración. La decoración barroca, un poco juguetona, y casi rococó de la biblioteca, no invita a la contemplación religiosa, sino a disfrutar las bellas formas arquitectónicas. Tenemos la impresión de estar en una sala de fiesta, y el guía nos explica que los abades organizaban reuniones y comidas muy lujosas en este lugar. Tocamos las elegantes columnas mármol rojizo, y nos dimos cuenta que en realidad son de madera bruñida. Los benedictinos prefirieron la madera preciosa al mármol, simplemente porque era más cara.

Entre 1801 y 1806 Napoleón I secularizó todos los bienes de la iglesia católica en Alemania y en 1806 el convento de Wiblingen se convirtió en propiedad de rey de Wütemberg. Durante un tiempo residió allí un hermano de él y después se usó el convento como cuartel. Hoy día se aprecia de nuevo su belleza. Muchos turistas visitan la biblioteca con su museo anexo. Entramos con un grupo de italianos, quienes se quedaron poco tiempo. Cuando nos quedamos solos nos sentimos muy a gusto en esta joya arquitectónica. Pero después de media hora llega una pareja de novios y sus invitados a la boda para tomarse fotos en este bonito lugar. Nos retiramos. El guía nos dice que no muy lejos de Wiblingen se encuentra el convento de Ottobeuren, en cuya biblioteca se encontraron los manuscritos de los Carmina Burana, canciones latinas de estudiantes medievales que son ampliamente difundidas con música de Carl Orff. Hasta el siglo XVIII los conventos de Alemania y otros países eran importantes centros culturales, de los cuales hoy día quedan como huellas monumentos arquitectónicos y algunas obras humanísticas y literarias. En Wiblingen se refleja una parte del gran pasado monacal de Alemania.

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