miércoles, 23 de octubre de 2013

La desigualdad social en Alemania

 
 
 
Publicado en el periódico "El Occidental"
el 24 de septiembre de 2013.
 
Wolfgang Vogt

A pesar de la crisis económica de los últimos años, Alemania sigue siendo uno de los países más ricos de Europa y del mundo. Sin embargo todos sabemos que los años de las vacas gordas forman parte del pasado. Alemania es un país, donde la población ya no crece, porque su tasa de natalidad es muy baja. Cada vez disminuye más el número de trabajadores que pagan sus cuotas a las cajas de jubilación. Algunos pesimistas ya están vaticinando que dentro de varios años un trabajador tendrá que mantener a un jubilado. En una sociedad, donde cada vez hay menos niños y más ancianos, éstas visiones causan escalofrío. Los jubilados tienen que apretarse el cinturón. Cada vez es más difícil dejar de trabajar a los 60 o 62 años, por que la edad reglamentaria para jubilarse es de 65 y dentro de poco será de 67. La gente sigue ganando muy bien, pero el poder adquisitivo de los sueldos de la clase media y baja se está estancando, mientras la riqueza de los millonarios sigue aumentando. Los sueldos de ejecutivos y directivos bancarios crecen de manera vertiginosa y por el otro lado para muchos alemanes es cada vez más difícil encontrar un buen empleo.

Hace 25 años palabras como pluriempleo o trabajo parcial eran prácticamente desconocidas en Alemania, pero hoy día el "minijob" es de moda, así como la palabra flexibilidad laboral. Difícilmente los alemanes se acostumbran a la idea de que un trabajo no es para toda la vida y que los contratos laborales son temporales. Muchas industrias no contratan directamente a una parte de su personal, sino por medio de una agencia de colocación. Toda esta flexibilidad en el mercado laboral sirve para mantener baja la tasa de desempleo, que con 6.5 por ciento es una de las menos altas en Europa, mientras en España y Grecia más de "cero por ciento de los trabajadores buscan en vano un empleo.

Así, a pesar de toda la riqueza que produce Alemania, se siente un cierto malestar social en el país. Mucha gente teme que las jubilaciones que recibirán durante su vejez no serán lo suficientemente altas para que puedan mantener su nivel de vida. Los jóvenes enfrentan cada vez más dificultades para encontrar un empleo seguro y bien remunerado. En su conjunto Alemania sigue acumulando enormes riquezas, pero la minoría de arriba gana más y la mayoría de abajo menos.

Eso tiene como consecuencia que últimamente se cuestiona bastante el modelo social alemán. Periodistas, economistas, sociólogos e historiadores, exigen cambios o reformas. Entre ellos se encuentra el profesor universitario Hans-Ulrich Wehler, quien se hizo famoso con una historia social alemana de cinco tomos. En este año conmovió la opinión pública con el polémico libro La nueva repartición. Desigualdad social en Alemania, publicado por la editorial Beck de Múnich. Wehler tiene fama de ser un investigador minucioso, quien siempre ha cumplido con las exigencias del rigor científico. Su libro se basa en estadísticas y a primera vista es una investigación histórica y sociológica bastante árida. Sin embargo los datos que presenta el autor provocan la indignación de los lectores. Estos datos comprueban que la tijera entre pobres y ricos en Alemania se abre cada vez más en un país, donde crece la riqueza constantemente. Por lo tanto el problema fundamental, no Alemania, es la repartición de la riqueza. "Como se agudiza esta desigualdad, a corto o largo plazo se cuestiona la base de legitimación del sistema político debido a las dudas que aumentan".

Wehler ataca a los economistas liberales, quienes tienen una fe ciega en la fuerza reguladora del mercado libre. La crisis de los últimos años nos muestra que esta tesis está equivocada y Wehler afirma que solo el estado, como el actor más poderoso de nuestra sociedad, puede regular la economía. Los efectos benéficos de los mercados sin regulación ninguna son para Wehler una utopía que tuvo su apogeo en la época de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Compara el liberalismo económico con las supersticiones religiosas del vudú de los negros de Haití, pero señala también que durante las décadas de los 80s esta doctrina económica había sido tan atractiva que incluso los políticos socialdemócratas se dejaron seducir por ella. Pero ahora es evidente que el mercado libre dio rienda libre a personas voraces y sin escrúpulos y éstos causaron el desastre en bancos y mercados accionarios, que se inició en 2008. Ahora muchos alemanes dejan de creer en la justicia del sistema político y social de su país, pero debido al alto nivel de vida la inconformidad social se manifiesta poco. En Irlanda y los países del sur de Europa la situación es mucho más crítica.

Las estadísticas que nos presenta el autor son impresionantes. Señala, por ejemplo, que entre 1997 y 2002 los directivos de 30 grandes empresas duplicaron sus salarios y, además de eso, recibieron bonos. En 1990 ganaron un poco menos de 300 mil euros y ahora entre cinco y seis millones al año. Si multiplicamos el sueldo promedio de un trabajador de la empresa, con cien, nos acercamos al ingreso del director. Los sueldos de los trabajadores normales no se multiplican, sino crecen cada año, si les va bien, a una tasa menor del 5 por ciento. A los empleados que se molestan por esta situación se les acusa de envidiosos.

El autor critica a una sociedad, donde 50 por ciento de la riqueza nacional está en manos del 5% de la población. De esos cinco, el 1 por ciento dispone del 35.8 por ciento de la riqueza nacional. Estas estadísticas no son tan escandalosas si las comparamos con las de países más pobres. Seguramente los magnates griegos y españoles no son menos ricos que los alemanes, pero hasta hace poco éstos estaban orgullosos de la repartición justa de la riqueza nacional y del equilibrio social en su país. Wehler casi no compara sus números con los de otros países, porque su enfoque es estrictamente alemán. Acusa a las élites económicas de aislarse del resto de la sociedad para defender sus privilegios. Antes los más talentosos de la clase baja tenían ciertas posibilidades de subir a puestos directivos. Así se quería garantizar cierto dinamismo económico, que se está perdiendo últimamente. Una economía fuerte necesita sangre nueva. Pero en todos estos aspectos Alemania ya no se diferencia de economías menos vigorosas.

Sin embargo hay un factor que diferencia a Alemania de muchos otros países, las prestaciones sociales siguen siendo excelentes. Todos los alemanes tienen derecho a casa y comida. Si no pueden pagar eso, por que ganan poco o nada, el gobierno les da techo y dinero suficiente para sobrevivir. Algunos denuncian a la gente que recibe ayuda social como parásitos, pero los alemanes se sienten seguros sabiendo que siempre se satisfacen sus necesidades básicas.

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